“El amor longánimo y bondadoso no transformará una indiscreción en una ofensa imperdonable, ni tampoco magnificará los errores ajenos. Las Escrituras enseñan claramente que a los que yerran se los ha de tratar con tolerancia y consideración. Si se sigue la debida conducta, el corazón aparentemente endurecido puede ser ganado para Cristo. El amor de Jesús cubre una multitud de pecados. Su gracia no induce nunca a exponer los errores de otros, a menos que ello sea positivamente necesario” (CM 254). Pienso, por ejemplo, en Jesús y la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8:1-11).
Generalmente, es considerada una historia de la gracia de Cristo para con una mujer caída, y eso es verdad. Sin embargo, también hay otro elemento profundo. Al confrontar a los líderes religiosos que la habían traído a él, ¿por qué escribió Jesús “los secretos culpables de su propia vida” (DTG 425) en el polvo, donde las palabras podían borrarse instantáneamente? ¿Por qué no los acusó abiertamente, declarando delante de todos lo que él sabía sobre los pecados de ellos, que podrían haber sido tan malos o peores que los de esa mujer?
Más bien, Jesús les mostró que él conocía su hipocresía y maldad, y que, no obstante, no la iba a exponer ante otros. Quizás este fue el modo de Jesús de acercarse a esos hombres, mostrándoles que conocía sus propósitos y dándoles así una oportunidad de salvarse. Qué lección maravillosa para nosotros cuando tenemos que confrontar a aquellos que han pecado.
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
Reflexiona más sobre la cuestión de la unidad en contraposición a la uniformidad. ¿Existen algunas áreas en las que necesitamos estar en completa unidad de pensamiento a fin de funcionar como iglesia? Si es así, ¿cuáles son, y de qué forma podemos lograr esta uniformidad necesaria? En contraste, ¿cuáles son algunas áreas en las que una diversidad de opinión no es dañina sino, de hecho, podría ser de ayuda?
¿Cuál ha sido tu propia experiencia con el concepto de la necesidad de “sufrir en la carne” para dejar de pecar? ¿Qué significa eso?
Tener en nuestras vidas el poder de Dios para cambiarnos, ¿significa automáticamente que ya no sufriremos en la carne a fin de obtener la victoria? Si no es así, ¿por qué no?
Observa a tu alrededor la devastación que el alcohol ha producido en tantas vidas. ¿Qué podemos hacer como iglesia para ayudar a otros a ver el peligro de esta droga? ¿Qué podemos hacer para mantener a nuestros jóvenes conscientes del gran error que sería siquiera experimentar con una sustancia que puede hacerles tanto daño?