«Los que esperan en el Señor heredarán la tierra» (Salmo 37: 9).
HAY GENTE que vive obsesionada con el dinero. Su propósito en la vida es buscar la manera de obtener dólares, aunque sea de forma ilegal. Escucha esta historia que es un hecho real, de una mujer muy rica llamada Leona Helmsley.
Leona Helmsley era una empresaria estadounidense que, aunque tenía más dinero del que podía contar, no quería pagar impuestos ni pagar a sus trabajadores. Le costaba terriblemente deshacerse de su dinero. Se estima que cuando murió, su fortuna ascendía a cuatro mil millones de dólares, si es que eres capaz de concebir esa cifra. Ahora viene lo interesante: ¿Sabes quién heredó doce millones de dólares? Su perrita Trouble.
Trouble comenzó a lucir collares de diamantes y sus platos de comida eran preparados por chefs. Se acostumbró al lujo. El cuidado de la pequeña Trouble quedó a cargo del hermano de la difunta, que recibió diez millones de dólares por el favor.
¿Qué herencia quieres tú? ¿Quieres ser millonario de la noche a la mañana? ¿O esperas heredar la tierra cuando Jesús vuelva? Tienes que tomar una decisión. Si tu meta es el dinero, Jesús no será lo más importante en tu vida. Si tu meta es la vida eterna, quizás nunca seas rico en esta tierra. Lo que Jesús espera de nosotros no es que acumulemos dinero y posesiones, sino que demos la prioridad a la salvación.
Ser rico no es lo más importante a lo que podemos aspirar. La gente que vive preocupadísima por el dinero es la que no tiene a Jesús en su corazón. Pero nosotros los cristianos, que caminamos con Jesús cada día, damos la mayor importancia no al dinero sino a la fe. Y porque vivimos por fe, algún día Jesús nos dará la mayor herencia de todas: la vida eterna. Esa herencia sí merece la pena.