«Saúl dijo a Samuel: ‘Sí, he pecado, pues pasé por alto la orden del Señor y tus Instrucciones, porque tuve miedo de la gente’ ” (1 Samuel 15:24).
Si aún no te ha sucedido, te sucederá. Harás cosas que, años después, continuarán haciéndote sentir vergüenza. Para mí, la vergüenza resurge cuando pienso en Bob, a quien no veo desde sexto grado. Bob era nuevo en la escuela y resultó ser el chico más gordo de la clase. No regordete, sino gordo. No, gordo no, obeso. Como era de esperar, era el blanco de muchas burlas; sin embargo, siempre mantenía aquella sonrisilla vergonzosa ante los que se burlaban de él.
La hora del almuerzo era la peor para el pobre Bob. No tenía amigos, y los pocos muchachos junto a los que se sentaba se burlaban de él: «¿A cuántos niños de la guardería te has comido hoy?» «¿Nadie te ha dicho nunca que en la vida hay más cosas que comida?» Todos evitábamos a Bob.
Un día lo encontramos sentado en el patio y, antes de que comenzaran a burlarse de él, yo decidí reírme de los muchachos.
Dije: «¡Cinco dólares al que pueda levantar a Bob durante diez segundos!» Intenté levantarlo yo mismo, exagerando el increíble esfuerzo que hacerlo me suponía. Mi ingenioso humor provocó carcajadas, Incluso varios se tiraron al piso y se llevaron la mano al estómago de la risa. Después me giré y miré a Bob. Estaba completamente rojo, pero no de enfado, sino de vergüenza y tristeza. Eso me rompió el corazón. Nunca le pedí perdón y aún deseo hacerlo.
La presión social y el deseo de ser aceptados pueden llevarnos a hacer cosas de las cuales no nos sentimos orgullosos. El primer rey de Israel cayó en esa trampa cuando acudió a la guerra. Saúl había recibido órdenes de no tomar nada como botín pero, cuando sus soldados trajeron los mejores bueyes y las mejores reses, en vez de enfrentarse a ellos, Saúl cedió e hizo lo que deseaban que hiciera.
Luego, mintió al profeta Samuel al respecto. Eso terminó costándole el trono. Saúl aprendió la lección de que, a pesar de la presión social, no vale la pena ceder. Claro que es importante sentirse aceptado, pero a veces el costo es demasiado alto. No hagas cosas que sabes perfectamente que no están bien. Puede que termines como yo, años después, aún deseando poder disculparte con el pobre Bob.