«Entonces Elías fue y encontró a Eliseo, hijo de Safat, arando un campo. Había doce pares de bueyes en el campo, y Eliseo araba con el último par. Elías se acercó a él, le echó su manto sobre los hombros y siguió caminando». I Reyes 19: 19, JVTV
EL PROFETA ELÍAS ESTABA POR ACABAR de cumplir su misión. otro había de ser llamado para impulsar la obra que había de hacerse en aquellos momentos. En su caminar Elías fue dirigido hacia el norte.
Toda la tierra que estaba viendo pertenecía a un hombre que no había doblado su rodilla ante Baal, cuyo corazón había permanecido íntegramente al servicio de Dios. Aun durante aquellos años de tiranía había habido almas que no habían apostatado, y aquella familia se incluía entre los «siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal y cuyas bocas no lo besaron» (1 Rey. 19: 18; Rom. 11: 4). El dueño de aquella tierra era Safat.
La atención de Elías se dirigió a Eliseo, el hijo de Safat, que estaba arando con los peones y doce yuntas de bueyes. Eliseo era pues patrón y a la vez obrero, dirigía y enseñaba.
Eliseo no vivía en ninguna de las urbes densamente pobladas. Su padre era un agricultor que labraba su tierra. Eliseo se había formado lejos de la ciudad y de la disipación de la corte. Había sido preparado para que adquiriera hábitos de sencillez y obediencia a sus padres y a Dios. Pero aunque poseía un espíritu humilde y tranquilo, Eliseo no era débil ni voluble. Poseía integridad, fidelidad, amor y temor a Dios. Tenía las características de un líder, pero junto con ellas poseía la mansedumbre del que está dispuesto a servir. Su mente se había ejercitado en las tareas pequeñas, para ser fiel en lo que hubiera que hacer; de tal manera que si Dios lo llamaba a actuar más directamente en su favor, estuviera preparado para responder a su llamado.— The 14 de enero de 1898, adaptado.