«Los hechos de los israelitas fueron malos a los ojos del Señor» (Jueces 6:1).
La historia de Gedeón es una película de acción. Vivió en una época muy conflictiva. Su padre había erigido un altar a Baal y un poste a la diosa Asera, donde se llevaban a cabo orgías y sacrificios (a veces, humanos). Eso significa que Israel había abandonado a Dios una vez más. Como resultado, Dios había permitido que las naciones vecinas invadieran sus tierras, y saquearan sus cosechas y su ganado.
Cuando Dios encontró por primera vez a Gedeón, este estaba escondido, trillando trigo, intentando evitar que lo encontraran y le robaran el grano.
Dios escogió a Gedeón porque su clan era el más débil de la tribu de Manasés y él era el más joven de su familia. Dios ordenó a Gedeón que destruyera el altar y el poste que había edificado su padre y, en su lugar, construyera un altar a Dios. Cuando los hombres del pueblo descubrieron el altar de Gedeón, quisieron matarlo, pero su padre lo defendió así: «¡Dejen que Baal se defienda a sí mismo, si es que es un dios!» Pero, Dios aún tenía planes para Gedeón. Su Espíritu vino a Gedeón y este reunió un ejército.Hasta en dos ocasiones Gedeón utilizó un vellón para asegurarse de que Dios realmente lo había llamado para liberar a su pueblo de los madianitas.
Y las dos veces Dios le demostró que lo había llamado, pero le dijo que 32.000 soldados eran muchos más de los que necesitaba.
Poco a poco, el Señor fue desintegrando al ejército hasta que quedaron solo 300 hombres, de manera que los israelitas no pudieran «alardear ante mí creyendo que se han salvado ellos mismos» (Juec. 7:2).
En mitad de la noche, rodearon a sus enemigos. Gritaron, hicieron sonar las trompetas y descubrieron sus antorchas. Dios hizo que los madianitas se confundieran y se volvieran unos contra los otros.
Después de aquello, Israel disfrutó de cuarenta años de paz. Sin embargo, Gedeón falleció y, de nuevo, el pueblo se olvidó de Dios. Me impresiona la cantidad de veces que se separaron de Dios. Sencillamente no lo entiendo, considerando los milagros de los que habían sido testigos. Tan pronto como un líder pagano asumía el cargo, dejaban a Dios para adorar ídolos y, a pesar de ello, Dios los buscó una y otra vez. Dios no se rinde ni abandona a los suyos. Dios nunca te dejará.