CRISTIAN QUERÍA BRILLAR. Como estrella en medio del cielo azul nocturno; como explosión del firmamento, en el despertar de la mañana. Brillar con luz propia. Ser aplaudido, aclamado, homenajeado.
En sus interminables noches de delirio, soñaba que andaba por las calles, con las multitudes corriendo detrás de él, en busca de un autógrafo. Se imaginaba rodeado de chicas guapas, sonriendo para las cámaras, encandilado por las luces, saludando a sus admiradores.
Y brilló. Su deslumbramiento fue corto; como el de una estrella fugaz. Se apagó, consumida por el tiempo.
¡Cuántas estrellas, como Cristian, han brillado en esta vida! Unas más, otras menos. Aplaudidas, aclamadas, casi idolatradas. El tiempo las apagó. Hoy solo quedan recuerdos.
¡Tiempo! ¡Oh, tiempo inexorable! Tiempo impiadoso, implacable, cruel. Nadie escapa de tus manos. Tu sombra avanza, atemorizante, sobre cualquier mortal.
Pero el texto de hoy habla de un brillo que jamás se acaba. Nada tiene que ver con aplausos, fama o dinero. Tiene que ver con vida y con justicia; tiene que ver con el Reino del Padre.
«Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga». Mateo 13: 43
El Reino del Padre no es un reino material; no lo puedes ver ni tocar. Los sentidos no lo perciben; es necesario mirarlo con los ojos de la fe. Fe es creer, confiar, sacar el pie del barco y colocarlo en el agua.
Para brillar en el Reino del Padre, necesitas salir del materialismo que te rodea. Debes extender tus alas y volar hacia la dimensión de los valores eternos. Está lejos de la carne; tiene que ver con el espíritu.
Pero ¿cómo hacer todo eso más fácil, más comprensible, más humano?
Haz de Jesús el centro de tu experiencia diaria. Búscalo cada mañana, antes de correr detrás de tus sueños. No vayas solo persiguiendo el brillo; el brillo seduce, engaña y mata. Si no, pregúntale a la mariposa. Te responderá, con sus alas heridas, con su dolor y con su muerte.
Hoy es un nuevo día. iBrilla! No te intimides frente a las nubes oscuras que te rodean. No retrocedas, sino avanza, lucha, trabaja. Pero recuerda que, cuando esta vida acabe, solo «los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga».