«El amor sea sin fingimiento.Aborreced lo malo y seguid lo bueno». Romanos 1 2: 9
LEO OBSERVÓ, MARAVILLADO, la danza de las extrañas figuras atavia_ das con ropas orientales: tres mujeres, moviéndose seductoramente en el palco. Se acercó y vio, con asombro, que eran jóvenes y hermosas. Tenían los ojos verdes, relucientes como las esmeraldas. La imagen de sus cuerpos en movimiento cautivó su mirada durante varios minutos. Al terminar el espectáculo, se acercó a una de ellas. Era morena, de rostro triste, Su tristeza no se correspondía con la danza en la que acababa de participar.
Fue algo inexplicable. Solo una hora de conversación, y ambos llegaron a la «conclusión» de que estaban profundamente enamorados. Así comenzó una historia de dolor, de angustia y de muerte. Meses después, Leo no pudo soportar el dolor de verse engañado. Su mundo quedó en tinieblas; y sus emociones, perturbadas, le hicieron cometer un crimen que lo llevaría a la prisión por varios años. Todo sucedió la noche en que ella le confesó que nunca lo había amado; se había casado con él solo por su dinero. —¿Cómo puedes decir eso, si hemos pasado tantos momentos maravillosos? —preguntó el joven engañado, al límite de la desesperación. Fingí. Simplemente, fingi —fue la respuesta, dura y fría. Lo que sucedió después lo relataron los periodistas con lujo de detalles.
«El amor sea sin fingimiento», advierte Pablo, escribiendo a los cristianos de Roma. El no se refiere solo al amor de una pareja; el consejo sirve para todas las circunstancias que el amor involucra. El amor es el sistema circulatorio de las relaciones humanas. Cuando la sangre llega, sana, a cada miembro del cuerpo, comunica salud y lo capacita para ejercer sus funciones.
Pablo menciona que el amor sano es sincero, auténtico y sin fingimiento. Se muestra como es; no se pone máscaras. No se esconde; no camina en las sombras; no armoniza con la penumbra.
Ese tipo de amor no es pasivo, es movido a la acción. Extiende la mano en dirección del necesitado. Renuncia, a veces, en favor del otro. Paradój icamente, el mayor beneficiado no es el amado, sino el que ama.
Por eso, hoy, proponte amar sin máscaras. Recuerda el consejo sabio: «El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo y seguid lo bueno».