«Mirad con cuán grandes letras os escribo de mi propia mano» (Gál. 6:11).
Desde hace varios años, mi madre, Lila, de 77 años, viene diciendo a la familia que si hay cualquier cosa suya que quieran después de que ella fallezca, por favor, se lo digan ahora. Se refiere al hecho de que desde los setenta en adelante, ella está viviendo en sus años extra, que podrían terminar en cualquier momento.
Mi hija, Andrea, de 37 años, pidió a la abuela Lila que, por favor, revisara la enorme caja de cartas y tarjetas postales que ha recibido de familiares y amigos a lo largo de su vida.
Andrea quiere recuperar las que ella personalmente escribió a su adorada abuela. Por eso, en la mañana del Día de Acción de Gracias, el 26 de noviembre de 2009, tres días antes del septuagésimo séptimo cumpleaños de la abuela Lila, iniciamos esta tarea de revisión. Pasamos horas muy especiales juntas, rememorando nuestros días pasados, de modo que yo pude evocar para Andrea «recuerdos Inapreciables» en Canadá.
Ella resultó bendecida con ánimo y fuerzas para su camino vital mientras, leyendo, retrocedía en el tiempo y comprobaba claramente cómo nuestra familia ha sido salva para servir a nuestro Señor.
Un sobre en particular captó mi atención, no solo por su sello de 32 centavos con la inscripción «Ángel de Amor», sino también porque reconocí la letra de mi abuela Moore, la madre de Lila. Me impresionó leer la carta dirigida a mi madre por la suya (con matasellos de Portland, Oregón, 22 de febrero de 1996).
Me alegra haber aprendido a confiar plenamente en el Espíritu Santo y a seguir su persuasiva influencia. La carta estaba escrita en papel típico del Día de Acción de Gracias, y las manzanas que lo adornaban me hicieron sonreír (ver Zac. 2:8). Hacia el final de la carta, la abuela Moore había escrito: «Debbie [refiriéndose a mí] me envía cartas a menudo para animarme. Realmente es una buena persona, que trata de convencer a los demás de que hagan lo correcto.
Aun cuando sus palabras caen en muchos oídos sordos, ella lo sigue intentando. Fue muy bonito ver a toda la familia allí durante mi estancia en el hospital. Se turnaron quedándose a dormir en una silla por las noches […]. Y esto es todo de momento. Besos, y que Dios te bendiga. Mamá». La abuela Moore, de 87 años, falleció dos meses después, una semana antes de la boda de Andrea.
Un día, en el Paraíso, cuando la abuela Moore y yo nos reencontremos, gritará: «¡Aleluya! ¡Gloria a Dios!», al oír la historia de mi vida. Ella también conocerá a los muchos «amigos de toda la vida» que he podido hacer a lo largo de los años, porque han leído mis «cartas» (reflexiones devocionales) en los libros anuales de devoción matutina con los que he podido testificar a otros miembros de la familia de Dios.
Deborah Sanders