«El amor cubre todas las faltas» (Proverbios 10: 12).
Cuando me arrodillé para abrazarla, mi cachorrita saltó hacia mis brazos para darme la bienvenida. Entonces miré hacia la alfombra del salón y me quedé horrorizada: cinco zapatos se encontraban esparcidos por allí, todos mordidos. Era obvio que se me había olvidado cerrar la puerta del armario antes de irme al trabajo. Para no aburrirse, Sheba había pasado una mañana entretenida. Le gustaba la variedad —cada zapato correspondía a un par distinto— y también el cuero de calidad. Los recogí y los llevé al zapatero. Allí, lentamente, alcé mis queridos zapatos de color marrón con las puntas en pico. Sonreí al zapatero, pero él movió la cabeza con tristeza.
—¿No puede al menos intentarlo? —le supliqué.
De nuevo negó con la cabeza. Entonces le mostré el par de zapatos verdes que combinaba con mi vestido. Sacudió la cabeza más enfáticamente todavía. Le puse delante las sandalias que había comprado recientemente, con vistas al verano. Por desgracia, tuve que dejar mis zapatos favoritos en una bolsa de basura. Afortunadamente, la tienda donde los había comprado estaba de rebajas y allí pude reemplazar algunos.
Eso fue solo el principio. Sheba había partido en dos, a mordiscos, la nueva manguera del jardín. Le había arrancado la cabeza a mi osito de peluche de toda la vida, que yo atesoraba desde que tenía dos añitos. Un día volví al auto para encontrarme con que Sheba había cortado por la mitad los cinturones de seguridad delanteros. Y uno trasero, también. Años después, descubrí que Sheba había masticado objetos de mucho valor. Pero yo seguía amándola.
Era mi compañera. Iba conmigo cuando salía a cumplir mi lista de tareas, y no la dejaba sola en el auto. Me proporcionaba ejercicio físico pasear con ella, así como protección. Los niños se colaban en los patios de los vecinos, pero no en el de mi casa. Posaba la cabeza sobre mi hombro cuando le daba un abrazo. Me ponía el hocico en la mano y me miraba con ternura. Finalmente, cambió su costumbre de morder zapatos por la de morder huesos.
No diría yo que perdoné a Sheba setenta veces siete, como recomienda Jesús, pero por ahí anduvo la cosa. Añade la Escritura que el amor cubre multitud de pecados. Es cierto. El amor cubrió los de Sheba. Quienes vivimos en familia o en pareja, o tenemos amigos íntimos, sabemos que el amor cubre multitud de errores, contratiempos, accidentes e incluso pecados.