Concede pues a tu siervo un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo y discernir entre lo bueno y lo malo, pues Quien podrá gobernar a este Pueblo tuyo tan grande? 1ra Reyes 3:9
LUCÍA TIENE 25 AÑOS, y muchas ganas de vivir. Sus cabellos rubios brillan más que nunca esta mañana, iluminados por los radiantes rayos del sol. Es su primer día de trabajo desde que recibió la promoción. Sabe que, entre los compañeros, hay gente herida; personas que se consideran con más derecho a ocupar el cargo que le confiaron a ella. Está feliz, pero una nube de temor aparece en su cielo azul: le preocupa la posibilidad de que sus compañeros no acepten a una persona tan joven como jefa.
Salomón también era joven cuando Dios le confió un cargo de mucha responsabilidad: su misión sería administrar justicia entre los hijos de Israel. El joven rey, como Lucía hoy, vio también una nube de temor que aparecía en su cielo azul. ¿Qué hizo entonces? Fue al Señor en oración, y le suplicó: «Da, pues, a tu siervo corazón entendido».
La expresión «corazón entendido» en hebreo es jokmaj, que literalmente significa equilibrio, sabiduría, sentido común. Podría ser definido como la capacidad de ser justo y hacer felices a las personas.
Todos los días, en todos los lugares, somos cartas abiertas y leídas por quienes nos rodean. Nadie es
una isla; no es posible esconderse.
Recuerda que dondequiera que estés, cumpliendo las responsabilidades que Dios te ha confiado, tienes la oportunidad de hacer felices a las personas que te rodean.
Si permites que el orgullo y la soberbia se apocleren de tu corazón, cometerás graves errores. Pensarás que, porque eres jefe, no puedes equivocarte; querrás tener siempre la razón. iMentira! No eres más que un simple ser humano: más observado, más criticado y más condenado, tal vez; pero un ser humano, y nada más.
Hay gente que considera que no se debe confiar grandes responsabilidades a los jóvenes. ¿Por qué no? Ser joven no es un defecto: defecto es permitir que la soberbia te haga pensar que de repente lo sabes todo.
Haz como Salomón: ve a Dios, y confiésale tus temores. Dile que te dé un corazón entendido para llevar al pueblo que tienes bajo tu responsabilidad a su destino glorioso.
Antes de salir hoy de tu casa, para el cumplimiento de tus deberes diarios, no olvides elevar la oración del sabio: «Concede, pues, a tu siervo un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo y discernir entre lo bueno y lo malo, pues ¿quién podrá gobernar a este pueblo tuyo tan grande?».