Que si se acordaran de aquélla de donde salieron, cierto tenían tiempo para volverse: empero deseaban la mejor, es a saber, la celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos: porque les había aparejado ciudad. (Heb. 11:15-16)
El temor de hacer aparecer la futura herencia de los santos demasiado material ha inducido a muchos a espiritualizar precisamente aquellas verdades que nos hacen
considerar la tierra como nuestra morada. Cristo aseguró a sus discípulos que iba a preparar mansiones para ellos en casa de su Padre. Los que aceptan las enseñanzas de la Palabra de Dios no ignorarán por completo lo que se refiere a la patria celestial. Y sin embargo ¡cosas que ojo no vio, ni oído oyó, y que jamás entraron en pensamiento humano las cosas grandes que ha preparado Dios para los que le aman!» El lenguaje humano no alcanza a describir la recompensa de los justos. No la conocerán más que los que la contemplen. Ninguna inteligencia limitada puede comprender la gloria del paraíso de Dios. En la Biblia se llama a la herencia de los bienaventurados una patria. Allí conduce el divino Pastor su rebaño, a los manantiales de aguas vivas. El árbol de la vida da su fruto cada mes, y las hojas del árbol son para el servicio de las naciones. Allí hay corrientes que manan eternamente, claras como el cristal, y al lado de las cuales árboles se mecen echando sombra sobre los senderos preparados para los redimidos del Señor. (CS:733-734) El pasto será un césped vivo, que nunca se marchitará. Allí habrá rosas, lirios y toda clase de flores. Nunca se agostarán o marchitarán ni perderán su hermosura y fragancia. El león, que tanto tememos aquí, se recostará entonces junto con el cordero y todo será paz y armonía en la Tierra Nueva. Los árboles de la Tierra Nueva serán rectos y altísimos, sin deformidad alguna. (YI, 10-1852) En la Tierra Nueva no habrá vientos helados, ni cambios desagradables. El clima será siempre grato y saludable. (Diary, 24-03-1859) (366)