“El amor […] no busca lo suyo” (1 Cor. 13:5, RV60).
Cuenta una historia que en una pequeña ciudad de Polonia vivían varias familias judías, todas ellas pobres y sin estudios, que competían las unas con las otras para poder ganarse la vida. En aquella comunidad había un hombre culto y rico al que todos admiraban por su piedad. Un día, este hombre invitó a su casa a doce de sus vecinos, que se sintieron sorprendidos y complacidos por la invitación, que decía: “Isaac los invita el martes a las seis a una comida digna del paraíso”. Y el día señalado, asistieron todos puntualmente a la cita.
Cuando llegaron a casa de Isaac, uno de sus criados los dirigió al comedor, donde estaba el anfitrión ya sentado a una mesa elegantemente dispuesta. Y llegó el primer plato: sopa. Pero solo el anfitrión fue servido. “Mmmmm, esta sopa está deliciosa”, dijo; y ordenó traer el segundo plato ante el asombro de sus invitados. Una vez más, el único en recibir su plato fue Isaac. “No se imaginan lo que se están perdiendo -dijo-, este plato está delicioso”. Uno de los invitados, no pudiendo contenerse más, dijo: “Señor, no lo entiendo. ¿Acaso nos ha invitado para burlarse de nosotros? Se suponía que esta sería una cena digna del paraíso, pero usted es el único que está comiendo y todos los demás tenemos que verle comer”. Isaac sonrió: “¿Acaso creen ustedes que el paraíso es un restaurante? ¿O un lugar donde uno va a servirse solo a sí mismo? No… el paraíso es un lugar en donde todos se aman los unos a los otros lo suficiente como para disfrutar viendo la felicidad de los demás”.*
Hay ciertas experiencias que son reveladoras de nuestra falta de amor; como ver a alguien conocido, o incluso a una amistad, teniendo éxito en la vida y sentir envidia. O disfrutar de una gran bendición y no tener la iniciativa de compartirla con los demás, sino disfrutarla a solas. Esas actitudes no son dignas del paraíso. En nuestro paraíso aquí en la tierra, previo al que disfrutaremos en el cielo, bien podemos comenzar a entrenamos en esto del amor. El amor siempre da preferencia a los demás, disfruta del bien ajeno, se pone en segundo plano. Si no, no es amor.
Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor. Apóstol Pablo
* Harold Kushner, How Good Do We Have To Be (Nueva York: Little, Brown and Company, 1997), pp. 138-140.