Nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora injusticia. Por lo cual, oh amados [… J procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz. 2 Pedro 3:13,14.
Alrededor del momento del arresto final de Pablo, otro anciano predicador fue encadenado y traído a Roma para ser juzgado. Pedro también terminaría su ministerio en la capital del mundo antiguo. Estos dos ministros veteranos habían estado separados por muchos años, Habían hecho bien su trabajo y ahora, de acuerdo con el plan de Dios, se encontraban en el mismo lugar y por la misma razón, para dar su último testimonio sobre la verdad de Jesús.
Pedro era un predicador poderoso. Esta era la razón por la que el Gobierno romano quería callarlo. Tenía el don de detener a los incrédulos en sus caminos y volver-los a Jesús. También, tenía un don especial para inspirar valor en las creyentes débiles.
Pedro escribió dos cartas muy importantes. En la primera, advirtió a los creyentes que el diablo andaba suelto como león rugiente, merodeando alrededor, listo para abalanzarse y devorar a sus víctimas, sin que ellos siquiera lo supieran. Era importante permanecer cerca del Señor,
En la segunda carta, Pedro urgió a los creyentes a seguir aprendiendo más acerca de Dios, Sabia que este conocimiento los prepararía para el evento más magnífico de todo el universo: la segunda venida de Jesús. Advirtió que en los últimos días vendría gente que se reiría y burlaría de la segunda venida, diciendo que el mundo perduraría tal como estaba para siempre. Pero, Pedro profetizó que el día del Señor llegaría como un ladrón en la noche, y encontraría a la gente profundamente dormida en sus pecados.
Mientras el anciano predicador descansaba en su celda oscura, su mente vagaba en aquella horrible noche cuando había negado incluso que conocía a Jesús, justo después de que había asegurado que estaba listo hasta a morir con él. Ahora estaba listo para ir a la misma cruz. Pero sentía que era un honor demasiado grande el morir como lo había hecho Jesús. Cuando los verdugos llegaron, Pedro les pidió un favor: “Por favor, crucifíquenme cabeza abajo».
A los soldados romanos les pareció bien, así que el gran predicador de Dios murió cabeza abajo sobre el madero, sabiendo que cuando fuera llamado del sepulcro estaría mirando hacia arriba, ¡para ver a Jesús!