Jesús amaba a Marta, y a su hermana y a Lázaro. (Juan: 11:5).
Había un hogar al que Él le gustaba visitar — el de Lázaro, María y Marta; porque en la atmósfera de fe y amor Su espíritu tenía reposo. (DTG:326). Entre los más firmes discípulos de Cristo, se encontraba Lázaro de Betania. Desde el primer encuentro que tuvieron, había sido fuerte su fe en Cristo; profundo era el amor que Le dedicaba, y el Salvador lo amaba mucho. Fue en beneficio de Lázaro que se realizó el mayor de los milagros de Cristo. El Salvador beneficiaba a todos cuantos Le buscaban el auxilio. Ama a toda la familia humana; pero se une a algunos por lazos especialmente
tiernos. Su corazón estaba unido por un fuerte vínculo de afección a la familia de Betania, y por un miembro de ella fue realizada la más maravillosa de Sus obras. En el hogar de Lázaro encontrara Jesús muchas veces reposo. El Salvador no tenía un hogar propio; dependía de la hospitalidad de amigos y discípulos; y frecuentemente, cuando cansado, ansioso de compañía humana, Se alegraba de poder escapar para ese pacífico ambiente de familia, lejos de las sospechas y envidia de los rabiosos judíos. Allí recibía sincero acogimiento, pura y santa amistad. Allí podía hablar con simplicidad y libertad perfectas, sabiendo que Sus palabras serían comprendidas y atesoradas.
Nuestro Salvador apreciaba un hogar tranquilo y oyentes interesados. Anhelaba la ternura, la cortesía y el afecto humanos. Los que recibían la celestial instrucción que siempre estaba listo para comunicar, eran grandemente bendecidos. La multitud, sin embargo, era tardía para oír, y en el hogar de Betania Cristo encontraba reposo del fatigante conflicto de la vida pública. Descubría allí, delante de un auditorio apto a apreciar, el volumen de la Providencia. En esa charlas íntimas, le desdoblaba a Sus oyentes lo que no le decía a la multitud mixta. A Sus amigos, no necesitaba hablarles por parábolas. (DTG:524-525).