Te ruego, oh Jehová, esté ahora atento tu oído a la oración de tu siervo. Nehemías 1:11.
Artajerjes miró hacia abajo desde su trono, y observo’ la cara triste de su siervo.” ¿Por qué te ves tan triste? No veo que estés enfermo”, preguntó el rey. «Debes de estar infeliz por algo».
Era verdad. Nehemías no podía ocultar sus sentimientos más íntimos. Había oído que su pueblo había construido el Templo y partes de la ciudad de Jerusalén, pero los muros todavía estaban derribados y el pueblo de Dios estaba en constante peligro por causa de sus enemigos.
De pronto. Nehemías se dio cuenta de cuán peligroso era estar en presencia del rey mientras se veía tan triste. Aunque era un siervo de confianza y amigo de Artajerjes, la costumbre de la época era que todo en la corte del rey tenía que ser luz y alegría.
Pero, no podía disimular. Había estado ayunando, orando y llorando secretamente durante cuatro meses, por la condición de su pueblo y su amada ciudad de Jerusalén, y ahora el rey presentía que algo andaba mal. Había estado esperando la oportunidad correcta para decir algo al rey, y quizás ahora era el momento. Con lágrimas en sus ojos, Nehemías enfrentó al monarca.
Cuando terminó de contar al rey todo sobre la condición de Jerusalén, Artajerjes fue más solidario. Orando en silencio para usar las palabras correctas, Nehemías hizo su pedido: “Me gustaría tomarme unos días para ir a Jerusalén a construir los muros y hacer que Jerusalén sea una ciudad fortificada una vez más”.
Su pedido fue concedido. Dios siempre oye las oraciones sinceras de aquellos que se vuelven a él con todo su corazón. El rey Artajerjes no solo dio a Nehemías permiso para irse, también envió cartas para que llevara consigo, para los gobernadores de aquella parte del reino, instruyéndolos para que ayudaran a Nehemías.
Cuando Nehemías llegó a Jerusalén, secretamente, una noche recorrió toda la ciudad en mula para saber exactamente qué se necesitaba. Al día siguiente. cuando reunió al pueblo. los sorprendió con su conocimiento sobre la condición del lugar.
El entusiasmo y la te de Nehemías inspiraron al pueblo de manera que estuvieran» listos. “Levantémonos y edifiquemos”, dijeron (Nehemías 2:18).
Nehemías apenas podía contener su entusiasmo. Las muchas noches de insomnio y todas sus lágrimas lo habían valido. Dios ciertamente había estado escuchando, y respondió a sus oraciones sinceras. El trabajo en los muros de la ciudad por fin comenzaría.