“Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros; Estaremos alegres”. Salmo 126:3
Menos de dos años después de que ascendió al trono, Darío murió y su famoso general, Ciro el Grande, se convirtió en rey. El comienzo de su reinado fue el final de los largos setenta años de cautividad de los judíos.
Cuando Ciro comprendió que Dios, a través del profeta Isaías, había predicho su propio nacimiento más de cien años antes, y que la profecía también declaraba la manera exacta en que derrocaría a Babilonia, fue profundamente conmovido. Decidió asegurarse de que la profecía se cumpliera, firmando un decreto para que los judíos regresaran a Jerusalén. También tuvo en cuenta que a los cautivos que regresaban se les diera oro, plata y suministros, de manera que pudieran reconstruir su Templo.
La noticia se extendió por todo el reino. Para los judíos, era como un sueño hecho realidad. Cerca de cincuenta mil personas regresaron a su tierra natal y comenzaron a construir el nuevo Templo. Entre las ruinas, encontraron algunas de las piedras enormes que se usaron durante los días de Salomón. Pronto llegaron al punto en que la piedra fundacional debía ser puesta. Fue un momento de especial regocijo. Miles se reunieron alrededor y, con cantos y címbalos sonando, demostraron que estaban felices porque Dios iba a estar con ellos.
Pero, justo en medio de todo este dulce canto se oyeron notas amargas. Muchos de los sacerdotes más ancianos y los levitas recordaron la gloria del primer Templo, y cuando vieron cuán inferior sería el segundo, comenzaron a llorar con intensidad. En lugar de regocijarse por lo que Dios había hecho por ellos, solo podían quejarse, murmurar y llorar, hasta que era difícil notar la diferencia entre aquellos que gritaban de alegría y aquellos que lloraban.
Dios no está mucho más interesado en edificios bonitos tanto como lo está en que nuestras vidas muestren amor por él.
«0 aprecia a su iglesia, no por sus venteas exteriores, sino por la sincera piedad que la distingue del mundo. 0 la estima de acuerdo con el crecimiento de sus miembros en el conocimiento de Cristo y de acuerdo con su progreso en la experiencia espiritual. Busca en ella la manifestación de los principios del amor y la bondad, [a belleza del arte no puede compararse con la hermosura del temperamento y del carácter que han de revelar los representantes de Cristo” [Profetas y reyes, p. 113)