Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre. Filipenses 2:8, 9
No hemos de temer a las humillaciones por causa de Cristo, pues él sufrió la mayor de todas las humillaciones, y la volvería a padecer con tal de salvarnos a ti y a mí. Cuando te humillan por causa de tu fe en Dios, la exaltación que él te reserva es tan sublime, que no se compara con la vergüenza sufrida. Más bien, después de haber superado la adversidad, te sentirás más feliz que antes.
Nuestro amado Salvador nos ha enseñado a socorrer a otros aun cuando estemos en medio de nuestra lucha personal. “Con asombro, los ángeles contemplaron el amor infinito de Jesús, quien, sufriendo la más intensa agonía mental y corporal, pensó solamente en los demás y animó al alma penitente a creer. En su humillación, se había dirigido como profeta a las hijas de Jerusalén; como sacerdote y abogado, había intercedido con el Padre para que perdonase a sus homicidas; como Salvador amante, había perdonado los pecados del ladrón arrepentido… Y ahora, aun en su última agonía, se acordó de proveer para su madre viuda y afligida” (El Deseado de todas las gentes, cap. 78, pp. 712-713).
Como Cristo, hemos de mantener nuestra dignidad ante los malvados. Él sabía de dónde había venido y para qué había venido a este mundo: a salvar al hombre pecador. No dejó de ser Salvador amante, Proveedor, Profeta, Sacerdote y Abogado. Ante todo, somos hijos del Dios Altísimo, y él nos ha dado diversos dones y talentos que, en vez de menguar, crecen y se multiplican cuando los usamos para el bien de otros, y en los momentos más críticos de nuestra vida.
Jesús, “que con una orden podría haber hecho acudir en su auxilio a la hueste celestial, el que por medio de la manifestación de su majestad divina podría haber ahuyentado de su vista e infundido terror a esa muchedumbre, se sometió con perfecta calma a los más groseros insultos y ultrajes” (ibíd., cap. 77, p. 696). Procura poner en alto el nombre de Jesús siguiendo su ejemplo.
Gabriela Hernández de Medina.
Tomado de: Lecturas devocionales para Damas 2015 “Jardines del Alma” Por: Diane de Aguirre