Antes de formarte en el vientre, ya te había elegido; antes de que naciera; ya te había apartado; te había nombrado profeta para las naciones». Jeremías 1:5, NVI.
El puerto de Belawan estaba lleno de movimiento. Muchos pasajeros se acercaban al barco y subían a cubierta. La mayoría llevaban mercancías, maletas, y canastas con comida. Algunos también llevaban agua. El ambiente parecía frenético, y el calor del sol hacia arder la piel. Entre la multitud había una joven madre, que llevaba a un niño de la mano. Él pequeño estaba agitado hasta que notó que las personas ruidosas que lo rodeaban estaban felices.
¡Qué alivio para la madre encontrar un lugar vacío en la cubierta para ella y su hijo! Mientras ella desempacada sus pertenencias, el niño estaba embelesado mirando el océano que se extendía ante ellos. Hasta parecía que se divertía. Entonces, comenzaron a sonar las sirenas, y el barco comenzó a moverse. Todos estaban animados y felices. «Adiós, Belawan, ojalá te veamos de nuevo» -exclamaban todos. Las palabras hicieron eco en el corazón de la joven madre. “Hijo mío —dijo—, mira el mar abierto. Quien sabe… ¡Quizás un día puedas explorarlo!» Sus palabras expresaban solo vagos pensamientos. Su hijo sabía que su objetivo era llegar a la ciudad de Bandung, un lugar fresco y hermoso donde podrían vivir bien. Esa madre estaba decidida a criar a su hijo en un lugar agradable. Esperaba que esta mudanza fuera el comienzo de un sueño convertido en realidad, y que pudieran contar con la bendición de Dios.
La noche llegó apaciblemente. De tanto en tanto se mecía el barco, se acostaron sobre una estera. Habían viajado todo el día en colectivo desde su hogar hasta el puerto bajo el implacable sol del mediodía; era tiempo de descansar. Antes de cerrar sus ojos, miró las brillantes estrellas que titilaban en el bello cielo nocturno. Al observar el sublime trabajo de Dios pensó en el salmo 19: 1: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos».
«Hijo mío —pensó—, que el Señor te bendiga. Sea lo que fuere que tenga que enfrentar, seguiré luchando por ti. Dios ha oído mi oración, y espero que nuestros sueños sean tan hermosos como el amanecer de esperanza, viviremos la vida que está delante un día a la vez, hasta que el Señor nos despierte en la mañana gloriosa. Mi oración ha ascendido al trono. ¡He rogado a Dios que nos permita cumplir nuestros sueños y bendiga cada uno de nuestros días!»
E. H. Tambunan, lndonesia
Tomado de: Lecturas devocionales para Menores 2015 “Ciencia Divertida” Por: Yaqueline Tello Ayala