«Dad y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo, porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir». (Lucas 6: 38)
«Iba yo pidiendo, de puerta en puerta, por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro apareció a lo lejos como un sueño magnífico […]. »Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos se habían acabado […]. »La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin. Y de pronto, tú me tendiste tu diestra diciéndome: «¿Puedes darme alguna cosa?». »¡Ah, qué ocurrencia de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo! Yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo, y te lo di.
«Pero qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré de no haber tenido corazón para dárteme todo!» (R. Tagore, La ofrenda lírica, poema).
Este poema ilustra una de las enseñanzas del Sermón del Monte: Dios nos invita a dar sin importar cuáles sean nuestros recursos. Además, nos asegura que recibiremos grandes bendiciones. Dios es el gran Dador de la revelación bíblica: «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3: 16). Este ejemplo de generosidad absoluta nos cautiva y nos invita a dar nosotros también. En el Nuevo Testamento encontramos testimonios de generosidad ejemplares: la ofrenda de la viuda, el vaso con el ungüento de María de Betania, el sepulcro nuevo de José de Arimatea, la propiedad que Bernabé dio a los apóstoles, los macedonios que sostuvieron el ministerio de Pablo en Éfeso, etcétera.
A veces somos pobres porque invertimos en este mundo, donde «la polilla y el moho destruyen, y donde ladrones entran y hurtan» (Mateo 6: 19) y no en el cielo. A veces somos pobres porque damos solo lo que nos sobra, y guardamos la mayor parte por temor a que nos falte. Pero cuanto más damos, más recibimos, dice nuestro versículo de hoy. A veces somos pobres porque creemos, como el mendigo del poema de Tagore, que en las cosas del reino de Dios solo venimos a recibir, no a dar, y esto es falso. La experiencia cristiana es un trueque de fe: lo que damos Dios nos lo devuelve convertido en oro.
Decídete hoy a dar sin esperar recibir nada a cambio.
Tomado de: Lecturas devocionales para Adultos 2015 “Pero hay un Dios en los cielos” Por: Carlos Puyol Buil