Experimenta:¿Te gustan las fotografías de atardeceres?
Cuando era adolescente me gustaba coleccionar imágenes de atardeceres hermosos. Me regalaron una cámara fotográfica y recuerdo usarla por primera vez en un atardecer a la orilla de la playa. Los colores rojizos, bronces y anaranjados del cielo y las sombras de los objetos a esa hora, llamaban mi atención.
Esos tonos rojizos y bronces, justo al momento en que el sol se oculta en el horizonte al oeste, los causan las partículas de polvo suspendidas en el aire. Durante el día, dichas partículas se esparcen por el ambiente y provocan que la luz acabe casi difundida por completo, dejando el camino libre a los rayos rojos del sol que siguen su camino en línea recta, sin que las partículas de polvo diseminadas los afecten. Cuanto mas despejado esté el cielo, mayores concentraciones de rayos rojizos verás al atardecer.
Al amanecer, cuando el sol comienza a aparecer por el este, el color del cielo no es tan intenso ya que la cantidad de partículas de polvo en el ambiente es menor, debido a que la humedad y la baja temperatura las mantienen sobre el suelo durante la noche.
Dios preguntó a Job si él podía ayudarlo a pulir los cielos como espejo de bronce. La misma pregunta nos hace hoy a nosotros. Los colores del cielo al atardecer son obra de Dios, el único que los puede pintar al atardecer. Su poder alcanza para formar una cantidad infinita de combinaciones con los mismos colores usando, como pretexto, las partículas de polvo suspendidas en el ambiente para lograr un atardecer diferente cada día de tu vida, porque Dios es maravilloso y poderoso.
Observa el atardecer de este día. Si logras verlo, significará que Dios te ha regalado un día más de vida. Si está despejado y te gusta el paisaje, toma una foto. Recuerda que esa imagen será una de las obras maestras del mismo Dios que te creó.
«¿Puedes tú ayudar a Dios a extender el cielo y dejarlo firme como una hoja de metal?» (Job 37:18)
Tomado de: Lecturas Devocionales para Menores 2015 “Ciencia divertida para cada día” Por: Yaqueline Tello Ayala