Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Deuteronomio 6:6, 7.
Estos son años peligrosos para nuestros hijos. Pareciera que el desarrollo de los medios de comunicación, particularmente de Internet y las redes sociales, se ha convertido en una amenaza para la salud mental y espiritual de nuestros jóvenes. Triunfa por todas partes el concepto de “la vida loca“: superficial, narcisista e infantil. Millones de niños y jóvenes son seducidos a vivir sin valores tan cruciales como el sacrificio y la abnegación.
La obra de la madre es despreciada por muchos. Pareciera que dedicarse a educar a los hijos fuera una labor denigrante para la mujer de hoy. Se cree que quienes cumplen esa función no se han realizado plenamente en la vida. Sin embargo, a la luz de la siguiente declaración, queda claro que esto es falso: “Hay un Dios en lo alto, y a la luz y gloria de su trono iluminan a la madre fiel que procura educar a sus hijos para que resistan la influencia del mal. Ninguna otra obra puede igualarse en importancia con la suya. La madre no tiene, a semejanza del artista, alguna hermosa figura que pintar en lienzo, ni como el escultor, que cincelarla en mármol. Tampoco tiene, como el escritor, algún pensamiento noble que expresar en poderosas palabras, ni que manifestar, como el músico, algún hermoso sentimiento en melodías. Su tarea es desarrollar con la ayuda de Dios la imagen divina en un ser humano” (El hogar cristiano, cap. 38, p. 228)
Ser madres es un privilegio y una gran responsabilidad. Seamos o no madres, debiéramos preocuparnos por el sólido crecimiento y desarrollo de nuestros niños. Ellos son el futuro y el presente de la iglesia y de la sociedad. Te invito a guardar en tu corazón las del evangelio y a compartirlas con un niño. Si lo haces, estarás sentando las bases de un mundo mejor.
Gabriela Hernández de Medina
Tomado de: Lecturas devocionales para Damas 2015 “Jardines del alma” Por: Diane de Aguirre