«No juzguen ustedes por las apariencias. Cuando juzguen, háganlo con rectitud» (Juan 7: 24).
«¡Compra un pollo para que pueda asarlo!» La reprendió su mamá. Anna, de catorce años, y su familia acababan de llegar a California desde Camboya. Puesto que Anna era la única de la familia que hablaba un poco de inglés y que conocía el valor de la extraña moneda americana, era la encargada de realizar la compra familiar.
En el mercado, Anna recorrió de un lado a otro los diferentes pasillos buscando el lugar en el que estaban colgados los pollos ya desplumados y listos para cocinar. ¡No había ninguno! Desesperada, preguntó al vendedor, pero este solo pudo orientarla mediante señas. No lograba entender su inglés entrecortado.
Anna recorrió el pasillo que el vendedor le había indicado y, de repente, reconoció uno de los productos del estante. Era una lata con la imagen de unos guisantes en la etiqueta. Al lado de los guisantes enlatados, encontró otro bote con la imagen de unas zanahorias. «Esto es más fácil de lo que pensaba», reflexionó mientas agarraba un gran envase azul metálico. En la etiqueta se podía ver un pollo frito de color dorado. «Mamá se pondrá muy contenta», pensó. Entusiasmada, Anna tomó la lata y se apresuró a ir a la caja para pagar la compra.
Cuando llegó a casa, estaba loca de entusiasmo. Toda la familia escuchaba atentamente los detalles de su aventura en la tienda. Sin embargo, cuando la madre de Anna abrió la enorme lata de aluminio que tenía un pollo en la etiqueta, en lugar de un pollo dorado encontró una gruesa y grasienta masa blanca. Anna había comprado una lata de manteca.
Muchas personas buscan amigos de la misma manera en que Anna compró aquel pollo: únicamente «mirando» la etiqueta. Tú sabes a qué etiquetas me refiero: gordo, flaco, negro, amarillo, patoso, feo, torpe, y así una larga lista. Es posible que tú también te hayas limitado a leer etiquetas de este tipo y, al igual que Anna, llegaste a conclusiones juzgando el contenido que realmente había en el interior según las apariencias exteriores. Las etiquetas de las personas no son más precisas que la de aquella lata.
No juzgues a la gente por su aspecto exterior. Tómate el tiempo necesario paira descubrir cuán especial es el sabelotodo de la clase, la belleza oculta tras el acné de aquella estudiante y el tesoro único que hay dentro de ti mismo. Las amistades de oro como estas pueden enriquecerte más de lo que imaginas.
Tomado de: Lecturas devocionales para Menores 2014 “En la cima” Por: Kay D. Rizzo