“Es nuestro deber obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5: 29)
Cuando Miguel entregó su corazón a Jesús se dio cuenta de que tendría que hacer cambios en su vida. Primero sacó de su armario y de debajo del colchón todas esas revistas que tenía escondidas. Después examinó su colección musical. De repente dejaron de gustarle las canciones de bandas de rock duro.
Ricardo, un amigo de Miguel, notó los cambios y comenzó a burlarse de él. «Me imagino que lo siguiente es hacerte amigo de los más raros de la clase», le dijo. Esa noche, antes de irse a dormir, Miguel recordaba las palabras de Ricardo. Mientras hacía el culto y se arrodillaba a orar, Miguel pensaba en la cara de Nicolás. «Señor, por favor —pidió—. No quiero ser amigo de Nicolás». A nadie en la escuela le gustaba Nicolás. No había ser humano más antisocial. Nadie podía acercarse a ese gallo de pelea durante más de cinco minutos sin que comenzara a buscar líos, burlarse o discutir. El preceptor de varones siempre tenía que rescatar a Nicolás de los chicos más grandes, a quienes muchas veces sacaba de sus casillas.
A la mañana siguiente, Miguel entendió que al menos tendría que hacer un esfuerzo para ser amigable con el problemático. Desde ese día se convirtió en el protector de Nicolás, sin recibir el más mínimo agradecimiento de parte de él. Por el contrario, Nicolás comenzó a tratar a Miguel peor que a los demás. Cuando Ricardo le preguntó a Miguel por qué estaba haciendo eso, Miguel le respondió: «Porque es lo correcto. ¿De qué vale creer en algo si uno no lo pone en práctica?».
Pero los días de Nicolás en la academia estaban contados. Al poco tiempo, la institución sugirió a sus padres que buscaran otra escuela. La noche anterior al último día de Nicolás en el internado, Miguel lo ayudó a recoger sus cosas. Mientras ambos se esforzaban en cerrar una maleta, Nicolás le preguntó: « ¿Por qué has sido tan bueno conmigo? Sé que no te caigo bien». Miguel le respondió: «Tienes razón, no me caes bien. Pero Dios me pidió que te amara, y voy a hacerlo». Nicolás miró a Miguel, carraspeó, y le dijo: «No entiendo». «Algún día lo entenderás —dijo Miguel—. Estoy seguro».
Tomado de: Lecturas devocionales para Menores 2014 “En la cima” Por: Kay D. Rizzo