«Vale más tener buena fama y reputación, que abundancia de oro y plata» (Proverbios 22: 1)
Eran los Juegos Olímpicos de 1904. Félix Carvajal, un cartero cubano, y Fred Lorz, de Estados Unidos, se preparaban para participar en el maratón.
A pesar de que nunca había participado en una competencia de atletismo, y de que tenía una idea imprecisa de lo que era un maratón, Félix partió rumbo a San Luis, Estados Unidos. El día de la carrera apareció con una camiseta que fue descrita por los espectadores como «de pijama». La carrera ya había comenzado cuando un grupo de atletas locales le buscaron una mejor indumentaria para correr.
Félix se tomó toda la carrera como un juego. Mientras corría, saludaba y gritaba a los espectadores. A intervalos incluso se detenía para ponerse a conversar con la gente. Después de recoger y comerse algunos duraznos y manzanas de los árboles que encontraba en el camino, comenzó a dolerle el estómago y tuvo que detenerse varios minutos. A pesar de todas las interrupciones, llegó en cuarto lugar. Los expertos creen que si Félix se hubiera tomado la carrera en serio, habría ganado la medalla de oro. Félix pasó a la historia como «el príncipe payaso de los juegos olímpicos».
Fred, por el contrario, se tomó el maratón demasiado en serio. Fue el primero en salir del estadio cuando comenzó la carrera, y el primero en atravesar la línea de meta. A pesar de ello, su nombre no aparece en el cuadro de honor olímpico… Después de catorce kilómetros, a Fred le dio un calambre y abandonó la carrera. Entonces, alguien le ofreció llevarlo en su automóvil. A pocos kilómetros del estadio el automóvil sufrió una avería, y Fred decidió llegar al estadio corriendo. Al entrar, recibió una enorme ovación, así que continuó corriendo hasta cruzar la meta. En el preciso momento en que la esposa del presidente Roosevelt le iba a entregar la medalla olímpica, un juez entró corriendo al estadio y denunció al impostor.
Ambos hombres se hicieron famosos en los Juegos Olímpicos de 1904: a uno se lo recuerda de manera cariñosa como el príncipe payaso, y al otro como un desacreditado impostor. Nuestras decisiones afectan a nuestra reputación. ¿Qué opinan los demás de ti? ¿Ven a un seguidor de Dios honesto y trabajador, o a un holgazán que miente y hace trampa en todo? Tú decides lo que quieres ser.
Tomado de: Lecturas devocionales para Menores 2014 “En la cima” Por: Kay D. Rizzo