«Estoy convencido de que nada podrá separarnos del amor de Dios: ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los poderes y fuerzas espirituales, ni lo presente, ni lo futuro, ni lo más alto, ni lo más profundo, ni ninguna otra de las cosas creadas por Dios. ¡Nada podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor!» (Romanos 8: 38, 39)
Si la mansión embrujada fuera lo único que hubiera en Heceta, yo jamás habría regresado a ese lugar. Pero no lo es. Una construcción mucho más impresionante hace que regrese una y otra vez a esa pequeña extensión de arena. Cuando las sombras de la noche caen, llenando cada rincón del lugar, la misteriosa mansión desaparece en la oscuridad. Entonces, otra estructura más pequeña y mucho menos majestuosa llama mi atención. En lo alto de la colina del extremo norte de la bahía hay un pequeño faro.
La luz que emana de la blanca torre puede verse a casi cincuenta kilómetros mar adentro, en la oscuridad de la noche. Esta poderosa luz salva cientos de vidas cada año al enviar una señal de advertencia continua a los barcos que viajan por la costa del Pacífico. « ¡Atención! -dice—. ¡Rocas peligrosas!». Barcos pesqueros, cruceros de turismo, cargueros y trasatlánticos dependen de su luz. Después de ver durante el día la mansión embrujada, la luz del faro durante la noche hace que ponga todo en perspectiva. En este mundo hay cosas que dan miedo, bien sean fantasmas, extraterrestres, o cualquiera de los cientos de sucesos que no siempre pueden explicarse de manera lógica. Pero cada vez que veo el faro de Heceta siento tranquilidad.
Cuando ocurren cosas inexplicables, y cuando pareciera que los «malos de la película» van ganando, recuerdo la promesa de hoy de que por muy aterradoras que puedan volverse las cosas, o por muy asustada que esté, nada, absolutamente nada, podrá separarme de Jesús y de su amor. Ningún demonio, fantasma, duende, extraterrestre verde, o fuerza maligna, podrá opacar la luz de Jesús y su verdad, que iluminan mi corazón. No sé qué piensas tú de esta promesa, ¡pero a mí me encanta! Hace que me sienta más decidida que nunca a mantenerme lo más cerca posible de la luz, y a no dejar que nada se interponga entre el amor de Dios y yo. ¡Con Dios me siento segura!
Tomado de: Lecturas devocionales para Menores 2014 “En la cima” Por: Kay D. Rizzo