—Mira, querido. Hay un zorro en nuestro jardín —señaló Shirley.
Ella caminó hasta la ventana para verlo mejor. Y sí, había un pequeño zorro colorado caminando, no, más bien cojeando, por el borde de su propiedad. La pata delantera izquierda del zorro parecía estar rota; se veía hinchada. El zorro parecía dolorido y le costaba mucho caminar con las otras tres patas.
—Pobrecito —murmuró Shirley.
El zorro permaneció por allí hasta que Shirley y su esposo, Bob, finalmente decidieron que debían hacer algo.
—No va a poder arreglárselas solo, en la nieve —dijo su esposo—. Sé que no debemos alimentar a los animales salvajes, pero va a morir de hambre si no hacemos algo.
Bob tomó un poco de carne y la depositó afuera, en el patio. Luego, volvió adentro y se puso a observar, para ver qué sucedería. Pronto el pequeño zorro colorado se acercó a la carne y comenzó a comerla. Ese invierno, el zorro se convirtió en un visitante regular. Shirley y Bob lo llamaron Rojo. Con el tiempo, sus visitas se hicieron menos frecuentes, y el zorro comenzó a ir solo unas dos veces por semana, todavía rengueando, pero en mejor estado.
Unas pocas semanas más tarde, Shirley y Bob se sorprendieron cuando Rojo apareció con un invitado, un zorro plateado. El zorro plateado estaba rengueando bastante.
—Rojo sabía dónde traerlo —dijo Shirley—; sabía que cuidaríamos de él.
¿Has sentido el amor de Dios? ¿Te ha ayudado él? No te guardes las noticias únicamente para ti. Compártelas con otros que las necesiten. Diles: «Vengan a ver las obras de Dios, las maravillas que ha hecho por los hombres».
Tomado de: Meditaciones Matinales para Menores 2013 “En algún lugar del mundo”